Nuestra Iglesia " Diócesis de Pasencia"

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viernes, 25 de junio de 2010

Cambio de modelo de organización social.



(Mª del Pino Jiménez García- Presidenta general de la Hermandad Obrera de Acción Católica, HOAC) Cuando la reforma laboral se plantea en cualquier momento y ocasión, y sin tener en cuenta su relación con los problemas que pretende resolver, es que no tiene nada que ver con la situación económica y sí con otros intereses, que no se confiesan porque son inconfesables.
Los grupos que defienden esos intereses inconfesables tienen un proyecto para cambiar el modelo de organización social. Básicamente, consiste en terminar de meter al mercado hasta en las últimas rendijas de la existencia humana, de la sociedad y de la naturaleza.
Han creado y difundido un modelo cultural que supone un cambio antropológico sin precedentes, apoyado en la idea de que el ser humano es un ente indefinido sin contenido ni identidad, contenido e identidad que tiene que construirse cada cual a lo largo de su vida, y en eso consiste la libertad.
La última reforma laboral va más allá de las puras relaciones laborales. Se trata de romper el “nosotros”, los lazos comunitarios, para que aparezca el individualista consumidor perfecto, obligado y convencido a decidir qué sanidad, pensión, educación y condiciones de trabajo prefiere; qué tipo de vivienda y dónde… Todo ello, a un precio de mercado que ellos controlan y que alteran según sus ansias de beneficios.
El problema es que este espejismo de libertad sólo va a ser posible para unos pocos, porque la mayoría de empresarios y trabajadores tendrán que conformarse con trabajo precario, que deberán defender con uñas y dientes, porque “los mercados” tienen nombre y apellidos, pero no corazón, y pueden atacar en cualquier momento. Y de los pobres, ¿quién habla ya de los pobres, con la que está cayendo?

jueves, 10 de junio de 2010

Es la hora de la responsabilidad

Es la hora de la responsabilidad. ( Editorial publicado en Vida Nueva por mvlara)

Estamos viviendo una de las etapas más delicadas de la democracia española. A la crisis social, económica y financiera, se une una desestabilización política grave, con una clara falta de liderazgo. Hay síntomas de nerviosismo en las huestes políticas, hasta el punto de perderse las formas en el seno mismo de las instituciones democráticas, como sucedió en el Senado recientemente, cuando los pitos y las palmas sustituyeron a las palabras y a las razones.
El “reñidero español” puesto de manifiesto de forma ruda, como si de una tarde de toros se tratara. A todo ello se une cierta incapacidad objetiva de quienes tienen que resolver los problemas, por un lado, y la desconfianza en la alternativa política que se va instalando en el ciudadano, por otro.
El bandazo parece ser la forma habitual de sostenerse y hoy se cambia lo que ayer era inamovible. La repulsa brusca de un PP impaciente por gobernar hace prever un final de legislatura cargado de nervios, algo tan poco beneficioso para el sistema democrático. Un Gobierno desquiciado, una oposición alborotada, unas autonomías desconfiadas, unos sindicatos nerviosos, unas instituciones bloqueadas y un sistema financiero titubeante, junto a un ciudadano empobrecido, al que ha empezado a tocársele el bolsillo. Todo parece aconsejar elecciones anticipadas, pero no siempre es ésa la solución más responsable. La prensa editorializa acusando al Gobierno de graves errores de gestión, tildando su actuación de apoteosis de desgobierno. Incluso la prensa amiga amaga sin dar. Un amplio panorama que siembra el país de miedo, desconfianza, falta de ilusión y un cada vez mayor sentimiento de abandono. Estos meses, en los que incluso Europa desconfía y las listas del paro aumentan, serán recordados como los meses más duros de un presidente encerrado en la Moncloa, escuchando a una pléyade de asesores y huyendo hacia adelante, con un apoyo herido en el Parlamento y un cambio de gobierno en ciernes.
La presidencia europea ha venido a poner foco a la situación y, hoy por hoy, es voz común en el mapa europeo que España es otra cosa, que aquí se ha vivido por encima de las posibilidades y que la clase política no acierta a ver dónde está el hilo de Ariadna que la saque de este laberinto. El miedo se ha instalado en el tejido social y una sociedad civil cada vez más molesta intenta salir a flote proponiendo salidas de futuro.
Aunque el panorama parezca tétrico y se pueda acusar a este juicio de catastrofista, no hay mejor remedio que un buen análisis, sin jugar a la huida hacia adelante, negando, como sucedió en su momento, el diagnóstico. Ha llegado la hora de buscar soluciones por encima de los lamentos. Y las soluciones tienen que venir del arco parlamentario, con propuestas serias y claras que tengan su base en el consenso, en el diálogo y en un modelo de hacer política que haga funcionar el juego parlamentario. La responsabilidad no sólo está en el partido que gobierna. La responsabilidad también está, y mucho, en el principal partido de la oposición, al que las encuestas le están emborrachando y que ha de ponerse manos a la obra para ejercer su propia responsabilidad. Y en los grupos minoritarios, que deben dejar su visión particular en favor del bien común. Urge un Pacto de Estado para salir del atolladero. Nadie puede eludir su responsabilidad, aunque en su ejercicio se dejen jirones partidistas. Cuando más ruido hay, más importantes son los silencios que trabajan y que evitan la tensión.
Es la hora de los medios de comunicación, plataformas para dar a conocer las sugerencias, las ideas, los caminos, y no para convertirse en juzgados de papel que lancen a la cara las miserias del político. El sistema democrático tiene recursos y tiene sus propios antídotos para salvar la situación. Sólo hace falta ponerlos en valor.
La Iglesia sigue muda ante la situación del país, remitiéndose sólo a documentos de su archivo magisterial, retrasando el documento sobre la crisis económica y social para cuando se remonte la situación, y centrando su discurso en los temas morales, importantes, sí, pero no los únicos.
Es la hora de la responsabilidad compartida en la vida política, haciendo un esfuerzo de pacto, de diálogo, de aparcar lo que divide, de dejar de hacer de la política un continuo calendario electoral.
Es la hora de la oposición, que en los lugares en donde gobierna y en el mismo corazón del sistema democrático tendrá que ceder para contribuir a sacar del borde del abismo a la nación.
Es la hora de los sindicatos, que no deben echar más leña al fuego, sino defender sus derechos inalienables.
Es la hora del ciudadano medio y de la clase empresarial, que debe mirar menos a su cuenta de resultados. El tijeretazo y los recortes son inevitables. Es la hora de la solidaridad. Nunca se puede permitir, no obstante, que sean los pobres los que paguen los platos rotos de una sociedad que se ha enriquecido vorazmente. No puede perder tampoco, por mucho que Europa insista, la política social, aunque sí racionalizarse.
Es la hora también de la Iglesia, que ha de sacar de su rica Doctrina Social una luz que ayude a entender la situación. Una doctrina que, como oferta, llegue a las mesas de nuestros políticos. En ella hay claves solidarias y serias para ayudar a salir del túnel.
En definitiva, es la hora de arrimar todos el hombro. No es el momento de la lucha partidista, ni de la pelea por el escaño. Hacen falta políticos clarividentes que sepan sacrificar el prurito de las siglas del partido para construir algo más fundamentado, más serio, más propositivo, sin que las instituciones democráticas se conviertan en reñidero de intereses y ofensas. Es la hora de la responsabilidad. No hacerlo ahora traerá consecuencias nefastas.
Publicado en el nº 2.710 de Vida Nueva (del 5 al 11 de junio de 2010).