Esta
semana charlamos con don Amadeo Rodríguez Magro. Nació hace 68
años en San Jorge de Alor. Fue formador del seminario de Badajoz y hoy es
Obispo de Plasencia.
Se
ordenó sacerdote con 24 años. ¿Podría contarnos cómo surgió su vocación al
sacerdocio?
La
historia de mi vocación es muy normalita, si se puede considerar así la llamada
del Señor. Nací en el seno de una familia cristiana, en una aldea de Olivenza,
llamada San Jorge de Alor, que había heredado su sentido cristiano de sus
raíces portuguesas y tuve unos sacerdotes muy buenos a los que quise
imitar.
Luego
vino el seminario y todo el proceso de maduración, en el que mi fe y mi
vocación fueron poco a poco arraigando en los doce años de formación, que en
mi caso coincidieron con los de la transición de la Iglesia en el Concilio
Vaticano II y, por lo tanto fueron años muy especiales y ricos. Me
ordené sacerdote en 1970.
¿Cómo
es el día a día de un Obispo en una diócesis extensa como la de Plasencia?
Esto
mismo me preguntan los niños y los jóvenes en la visita pastoral. Yo siempre
les digo que un obispo tiene poca vida ordinaria, si se entiende por
vida ordinaria hacer todos los días lo mismo.
Mi vida es muy intensa y
también es muy viajera; la extensión y las distancias me hace
estar casi a diario en la carretera: lo mismo voy al norte, a Béjar y a los
otros pueblos de la provincia de Salamanca, que me desplazo a Don Benito, ya en
la Provincia de Badajoz, donde hay muchos pueblos de la Diócesis de Plasencia y
70.000 católicos.
Mucha distancia hay también
si se recorre La Vera o el Valle del Jerte o si voy a Navalmoral de la Mata,
Trujillo o las Villuercas. Menos mal que tenemos muy buenas autovías en
Extremadura. No obstante, no me cansa porque mi
diócesis es bellísima y acogedora en cualquiera de sus comarcas. Eso hace muy llevaderos los viajes.
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